Tengo en mi memoria la historia de un amigo que se olvidó la clave de su ingreso al mail. Recordaba mi amigo que el dispuso de una pregunta ayuda que le permitía ingresar a la clave. Pulsó la opción: “pregunta ayuda para clave”.
Salió la cuestión: Diga el nombre del perrito de su sobrino.
Aquí fue el enredo. Mi amigo tiene diez sobrinos y seis de ellos poseen perrito. Al azahar cogió un nombre. El resultado fue la aparición de un mensaje: Si usted no es el titular de esta cuenta de correo, evite intentar ingresar en el. Estos datos están protegidos por leyes internacionales y…
Así que mi amigo buscó los servicios de un hacker. Un genio en violar lo inviolable. Una estrella en la búsqueda de las claves y contraseñas por más que estas sean enrevesadas y contengan letras y números.
El profesional del fisgoneo logró abrir la cuenta. Mi amigo estaba feliz. Vio los correos que le habían remitido. Había uno especialmente importante para él. Cogió el mouse, vaya hombre, el ratón e hizo la operación para copiar el texto del mensaje. En ese momento la cuenta se cerró. No solo la cuenta, sino la página que alojaba al correo desapareció. El hacker dijo: “su sistema tiene elevada protección. Ahora si que ya no puede ingresarse más, a menos que recuerde la contraseña.”
Han pasado cuatro años y mi amigo sigue intentando recordar la clave para ingresar a su mail. Mientras tanto, al otro lado del mundo, alguien a diario ingresa a su propia cuenta de correo esperando una respuesta. Es una mujer que apodan: Coronela, y sus amigas le dicen: La Coronela, no tiene quien le escriba.
FIN
Autor: Carlos Torres
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